domingo, 22 de mayo de 2011

LA CONFIANZA EN EL DON PROFÉTICO


“Josafat, estando en pie, dijo: Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados” (2 Crón. 20:20).

INTRODUCCIÓN

Vivimos en un tiempo donde hay mucha desconfianza, ya no se cree en los líderes, en sus candidatos. Con tantos profetas y maestros falsos, a los cristianos les cuesta creer en la palabra de Dios y sus profetas. Por ello, se han levantado dudas acerca del ministerio de Elena de White. Debemos recordar las palabras del Señor Jesús: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”. Ma. 7: 15,17. En medio de todo esto ¿Por qué debemos depositar nuestra confianza en el don profético, especialmente el ministerio de E G de White? Veamos:

LOS PROFETAS DIRIGEN AL PUEBLO DE DIOS

Eran el nexo de comunicación entre el hombre y Dios.El pueblo de Dios aprendió por experiencia que les iba mucho mejor cuando escuchaban a los profetas: “Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis prosperados” (Crón. 20:20). Más aún, sabían por experiencia que Dios no les permitiría marchar ciegamente hacia el futuro:

“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele sus secretos a sus siervos los profetas” (Amós 3:7)

“No hará nada Jehová el Señor”

Sobrevendrían todos los castigos con que el Señor amenazaba a Israel; pero no sin que antes el Señor amonestara al pueblo mediante los profetas (Juan 13: 19; 14: 29). La misericordia de Dios se manifiesta en que no trae sus castigos sobre los hombres sin que primero los amoneste por medio de sus profetas. Predice el mal que vendrá, pero con la esperanza de no verse forzado a infligirle. Antes de que el Señor azotara a Egipto con sus plagas, amonestó a Faraón mediante Moisés. Antes de que los romanos destruyeran a Jerusalén, Jesús predijo la destrucción de la ciudad. Así también en nuestros días, antes de la destrucción del mundo causada por la segunda venida de Cristo, Dios nos ha instruido ampliamente por medio de las profecías de su Palabra (ver CS 652, 656; 7T 14).

“Sus siervos”

El alto honor que Dios confiere a los profetas se manifiesta por el hecho de que no sólo son “sus siervos” sino sus confidentes, en quienes deposita su propio consejo.

II. LOS PROFETAS CONDUCEN AL ESTUDIO DE LA BIBLIA

A lo largo de la historia, amonestaron al pueblo de Dios a leer y estudiar la Palabra de Dios. La razón es sencilla: Dios “dio su Palabra a los hombres como una revelación de sí mismo. Cada verdad que vamos descubriendo es una nueva revelación del carácter de su Autor. El estudio de las Sagradas Escrituras es el medio divinamente instituido para poner a los hombres en comunión más estrecha con su Creador y para darles a conocer más claramente su voluntad. Es el medio de comunicación entre Dios y el hombre” (CS 75).

“Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” Apocalipsis 1:3

“El que lee”

Sin duda es una referencia en primer lugar a la persona que se escogía en la iglesia antigua para leer en público los escritos sagrados. Juan anticipa la lectura pública del libro que ahora dirige a “las siete iglesias que están en Asia” (vers. 4), en la presencia de los miembros reunidos de cada congregación (cf. Col. 4:16; 1 Tes. 5:27). Esta práctica cristiana refleja la costumbre judía de leer “la ley y los profetas” en la sinagoga cada sábado (Hech. 13:15, 27; 15:21; etc.). La orden implícita de que se leyera el Apocalipsis en las iglesias de Asia sugiere que sus mensajes eran aplicables a la iglesia en los días de Juan (ver com. Apoc. 1:11).

“Los que oyen”

O sea los miembros de iglesia. Nótese que hay sólo un lector en cada iglesia, pero hay muchos que “oyen” lo que se lee. La bendición que acompañaba la lectura del Apocalipsis en las “siete iglesias” de la provincia romana de Asia, pertenece a todos los cristianos que leen este libro con el deseo de comprender más perfectamente las verdades que allí se registran.

“Esta profecía”

La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto “la profecía”. Algunos sugieren que Juan pide aquí específicamente que se le dé igual oportunidad a la lectura del Apocalipsis como a los libros proféticos del AT, los cuales se leían en la sinagoga cada sábado. Aunque la palabra “profecía”, como se usa en la Biblia, se refiere a un mensaje específico de Dios, sea cual fuere su naturaleza (ver com. Rom. 12:6), el libro de Apocalipsis puede ser llamado acertadamente una profecía en el sentido más estricto porque es una predicción de acontecimientos futuros.

“Guardan”

La flexión del verbo en griego implica la observancia habitual de las admoniciones de este libro como una norma de vida.

E. G. DE White

Elena de White, en forma consistente, elevó la palabra de Dios y animó a los feligreses a estudiarla. “recomiendo al amable lector la palabra de Dios como regla de fe y practica” (PE 78).

“Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad” (CS 9).

III. LOS PROFETAS SEÑALAN A JESÚS

Los autores bíblicos, desde Moisés hasta el apóstol Juan, dirigieron a sus lectores a aquel que vendría la primera vez para salvar a su pueblo de sus pecados

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” Mate 1:21

“Salvará”

El nombre de Jesús significa “Jehová es salvación”. La construcción griega es enfática, como si se deseara recalcar que él mismo es quien ha de salvar.

Desde la antigüedad se había escuchado la promesa: “He aquí, vengo” (Sal. 40: 7; Zac. 2: 10; Heb. 10: 7). Por siglos el pueblo judío -el pueblo de Dios- había esperado ansiosamente la venida de su Libertador. Ahora, “cuando vino el cumplimiento del tiempo” (Gál. 4: 4) el destino señaló a Aquel en quien habían de cumplirse esas esperanzas. Ver com. Juan 1: 14.

“De sus pecados

El pecado había encerrado a los hombres (Rom. 6: 16; 2 Ped. 2: 19) en su cárcel (Isa. 42: 7). Cristo vino para quebrar las cadenas, abrir las puertas de la cárcel y libertar a los cautivos de su condena de muerte (Isa. 61: 1; Rom. 7: 24-25; Heb. 2: 15). Vino a salvarnos de nuestros pecados, no en nuestros pecados. Vino, no sólo para salvarnos de los pecados que ya hemos cometido, sino de nuestras tendencias inherentes que nos llevan al pecado (Rom. 7: 23-25; 1 Juan 1: 7, 9). Vino a redimirnos de “toda iniquidad” (Tito 2: 14), en la cual está incluida toda tendencia al mal heredada y cultivada (DTG 625).

Cristo no vino a salvar a su pueblo del poder de Roma, como lo anhelaban los judíos, sino del poder de un enemigo mucho más formidable. No vino a restaurar “el reino a Israel” (Hech. 1: 6), sino a restaurar el dominio de Dios en el corazón de los hombres (Luc. 17: 20-21). Cristo no vino principalmente a salvar a los hombres de la pobreza y de la injusticia social (Luc. 12: 13-15), como lo afirman hoy muchos apóstoles del evangelio social, sino del pecado, que es la causa fundamental de la pobreza y de la injusticia.

E. G. de White

Elena de White, siguiendo los pasos de los profetas bíblicos señalo a Jesucristo como el salvador.

“No importa cuál hay sido la experiencia del pasado ni cuán desalentadoras sean las circunstancias del presente, si acudimos a Cristo en nuestra condición actual débil, sin fuerza, desesperados, nuestro compasivo Salvador saldrá a recibirnos mucho antes de que lleguemos, y nos rodeará con sus brazos amantes y con la capa de su propia justicia” (DMJ 13).

Yo sé que mi Salvador me ama, y yo amo a mi Jesús. Descanso en su amor, a pesar de mis imperfecciones” (4 MR 245)

“El objeto de todo ministerio es mantener oculto el yo y hacer que aparezca Cristo. La exaltación de Cristo es la gran verdad que han de revelar todos los que trabajan en palabra y doctrina” (1 MS 182).

CONCLUSION

Podemos tener confianza en el futuro por causa de lo que la Biblia revela acerca de Dios a través de sus profetas. Jesús mantuvo en alto las Escrituras, y las Escrituras lo señalan a él. Elena de White, siempre dirige nuestra atención a Jesús.

REFLEXION TRIMESTRAL

La oposición o indiferencia hacia los escritos de Elena de White son generalmente el resultado de:

No leer lo suficiente de sus escritos como para reconocer y comprender sus instrucciones generales y bien equilibradas.

No comprender la relación apropiada de sus escritos con las Escrituras

No reconocer la verdadera naturaleza de la inspiración divina.

No reconocer el principio del tiempo y el lugar en relación con el consejo que ella ha dado.

5. No reconocer que sus consejos todavía son relevantes hoy.

6. No reconocer que, aunque hay evidencia suficiente para convencer a los honestos de corazón, Dios no elimina las oportunidades para dudar.

7. Una falta de disposición de hacer un sacrificio personal de algún hábito o práctica acariciados que parece estar fuera de armonía con los consejos dados en los escritos de Elena de White.

La oposición al espíritu de profecía desaparecería si:

1. No cansamos a la gente con demasiadas citas de Elena G. de White.

2. No usáramos el espíritu de profecía como una vara para medir las deficiencias ajenas.

3. Aplicáramos los consejos a nosotros mismos y no a otras personas.

3. Estudiáramos el espíritu de profecía, sin descuidar la Biblia.

4. Compartiéramos el espíritu de profecía con los demás.

Alfredo Padilla Chávez

Pastor IASD Puente Piedra “A”

Colaboración comentario: Pr Antonio Cabello

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