Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Sal. 23: 4.
¿Cómo podemos responder a la tragedia en nuestras vidas? ¿Dónde está Dios cuando la gente inocente sufre? ¿Cómo encontrarle sentido a los golpes duros de la vida?
Creo, sinceramente, que hay un modo de hacerlo. La Biblia presenta un cuadro de Dios extraordinariamente animador; un cuadro que nos alienta frente a la crisis, nos da esperanza en la desesperación, y paz en los momentos de aflicción.
El mundo en que vivimos es el campo de batalla entre un odio intenso y un amor aun mayor. El bien y el mal libran un combate mortal. Y el Dios que todo lo sabe no siempre interviene para prevenir o evitar las consecuencias del mal. Todavía no elimina todo el sufrimento.
Dios valora la libertad. Permite que los hombres y las mujeres elijan y decidan, aun cuando sus elecciones y decisiones sean totalmente equivocadas. Para evitarlo la única opción sería quitarles la libertad de escoger; lo cuál los convertiría en meros robots. De modo que Dios decide permitir al mal seguir su curso, pero él mismo está presente, en medio del sufrimiento humano.
Él llora con el pesar y el dolor de los que sufren. Los sostiene, los fortalece y los apoya. Anima a los quebrantados de corazón y abraza a los heridos.
El bien conocido Salmo 23: 4, "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo". El Salmo 46: 1, añade: "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones". En medio de nuestro dolor y pesar, Dios está presente. Más allá de las lágrimas, del quebranto y de la tristeza combinados, podemos oírlo decir: "Yo sanaré tu corazón quebrantado... vendaré tus heridas. Yo estoy contigo en los momentos de mayor necesidad".
Dice la promesa: "El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos; él echó delante de tí al enemigo"(Deut. 33: 27). Y el salmista responde: "Como prodigio he sido a muchos, y tú mi refugio fuerte. Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día" (Sal. 71: 7, 8).
Sigamos su ejemplo. Permitamos que nuestros labios y nuestro corazón se llenen de alabanzas. ¡Regocijémonos! Dios está con nosotros. No nos ha prometido que jamás nos alcanzarán los males de éste mundo, pero sí que estará presente cuando ésto suceda. No nos ha prometido que nunca sufriremos, pero sí que estará con nosotros en nuestro sufrimiento. Hay algo mucho más grandioso que la ausencia de dolor... es la presencia de Dios en nuestro dolor.
Suceda lo que suceda hoy, aceptemos su promesa: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"(Mat. 28: 20).
Tomado de SOBRE TERRENO FIRME de Mark Finley.
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