PUESTO que el libro de la naturaleza y el de la revelación llevan el sello de la misma Mente maestra, no pueden sino hablar en armonía. Con diferentes métodos y lenguajes, dan testimonio de las mismas grandes verdades. La ciencia descubre siempre nuevas maravillas, pero en su investigación no obtiene nada que, correctamente comprendido, discrepe con la revelación divina. El libro de la naturaleza y
Sin embargo, algunas deducciones erróneas de fenómenos observados en la naturaleza, han hecho suponer que existe un conflicto entre la ciencia y la revelación y, en los esfuerzos realizados para restaurar la armonía entre ambas, se han adoptado interpretaciones de las Escrituras que minan y destruyen la fuerza de
Semejante conclusión es enteramente innecesaria. El relato bíblico está en armonía consigo mismo y con la enseñanza de la naturaleza. Del primer día empleado en la obra de la creación se dice: "Y fue la tarde y la mañana un día".* Lo mismo se dice en sustancia de cada uno de los seis días de la semana de la creación.
Es cierto que los restos encontrados en la tierra testifican que existieron hombres, animales y plantas mucho más grandes que los que ahora se conocen. Se considera que son prueba de la existencia de una vida animal y vegetal antes del tiempo mencionado en el relato mosaico. Pero en cuanto a estas cosas, la historia bíblica proporciona amplia explicación. Antes del diluvio, el desarrollo de la vida animal y vegetal era inconmensurablemente superior al que se ha conocido desde entonces. En ocasión del diluvio, la superficie de la tierra sufrió conmociones, ocurrieron cambios notables, y en la nueva formación de la costra terrestre se conservaron muchas pruebas de la vida preexistente. Los grandes bosques sepultados en la tierra cuando ocurrió el diluvio, convertidos después en carbón, forman los extensos yacimientos carboníferos y suministran petróleo, sustancias necesarias para nuestra comodidad y conveniencia. Estas cosas, al ser descubiertas, son otros tantos testigos mudos de la veracidad de
Semejante a la teoría referente a la evolución de la tierra es la que atribuye a una línea ascendente de gérmenes, moluscos y cuadrúpedos, la evolución del hombre, corona gloriosa de la creación.
Cuando se consideran las oportunidades que tiene el hombre para investigar, cuando se considera cuán breve es su vida, cuán limitada su esfera de acción, cuán restringida su visión, cuán frecuentes y grandes son los errores de sus conclusiones, especialmente en lo que se refiere a los sucesos que se supone precedieron a la historia bíblica, cuán a menudo se revisan o desechan las supuestas deducciones de la ciencia, con qué prontitud se añaden o quitan millones de años al supuesto período del desarrollo de la tierra y cómo se contradicen las teorías presentadas por diferentes hombres de ciencia; cuando se considera esto, ¿consentiremos nosotros, por el privilegio de rastrear nuestra ascendencia a través de gérmenes, moluscos y monos, en desechar esa declaración de
En el himno registrado en el libro de Nehemías, los levitas cantaron: "Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas".*
En lo que respecta a esta tierra, las Escrituras declaran que la obra de la creación ha sido terminada. "Las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo".* Pero el poder de Dios está aún en acción para sostener los objetos de su creación. No late el pulso ni se suceden las respiraciones por el hecho de que el mecanismo una vez puesto en movimiento sigue actuando por su propia energía inherente. Cada respiración, cada latido del corazón es una evidencia del cuidado de Aquel en quien vivimos, nos movemos y somos. Desde el insecto más pequeño, hasta el hombre, toda criatura viviente depende diariamente de su providencia.
"Todos ellos esperan en ti. . .
Les das, recogen;
Abres tu mano, se sacian de bien.
Escondes tu rostro, se turban;
Les quitas el hálito, dejan de ser,
Y vuelven al polvo.
Envías tu Espíritu, son creados,
Y renuevas la faz de la tierra".*
"El extiende el norte sobre vacío,
Cuelga la tierra sobre nada.
Ata las aguas en sus nubes,
Y las nubes no se rompen debajo de ellas. . .
Puso límite a la superficie de las aguas,
Hasta el fin de la luz y las tinieblas.
Las columnas del cielo tiemblan,
Y se espantan a su reprensión.
El agita el mar con su poder. . .
Su espíritu adornó los cielos;
Su mano creó la serpiente tortuosa,
He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos;
¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él!
Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?".*
"Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y
las nubes son el polvo de sus pies".*
El enorme poder que obra en toda la naturaleza y sostiene todas las cosas, no es meramente, como dicen algunos hombres de ciencia, un principio que todo lo penetra, ni una energía activa. Dios es espíritu, y no obstante es un ser personal, pues el hombre fue hecho a su imagen. Como ser personal, Dios se ha revelado en su Hijo. Jesús, el resplandor de la gloria de su Padre "y la imagen misma de su sustancia"*, se halló en la tierra en forma de hombre. Como Salvador personal, vino al mundo y ascendió a lo alto. Como Salvador personal intercede en las cortes celestiales. Delante del trono de Dios ministra en favor nuestro, "Uno como un hijo de hombre".*
El apóstol Pablo, al escribir movido por el Espíritu Santo, declara de Cristo que "en él fueron creadas todas las cosas. . . y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten".* La mano que sostiene los mundos en el espacio, la mano que mantiene en su disposición ordenada y actividad incansable todas las cosas en el universo de Dios, es la mano que fue clavada en la cruz por nosotros.
La grandeza de Dios nos es incomprensible. "Jehová tiene en el cielo su trono"*; sin embargo, es omnipresente mediante su Espíritu. Tiene un íntimo conocimiento de todas las obras de su mano y un interés personal en ellas.
"¿Quién como Jehová nuestro Dios,
Que se sienta en las alturas,
Que se humilla a mirar
En el cielo y en la tierra?"
"¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y si en el Seol hiciere mi estrado,
He aquí, allí tú estás.
Si tomare las alas del alba
Y habitare en el extremo del mar,
Aún allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra".*
"Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos.
Has escudriñado mi andar y mi reposo,
Y todos mis caminos te son conocidos. . .
Detrás y delante me rodeaste,
Y sobre mí pusiste tu mano.
Tal conocimiento es demasiado
Maravilloso para mí;
Alto es, no lo puedo comprender".*
El Hacedor de todas las cosas fue el que ordenó la maravillosa adaptación de los medios a su fin, del abastecimiento a la necesidad. Fue él quien en el mundo material hizo provisión para suplir todo deseo implantado por él mismo. Fue él quien creó el alma humana con su capacidad de conocer y amar. Y él, por su propia naturaleza, no puede dejar de satisfacer los anhelos del alma. Ningún principio intangible, ninguna esencia impersonal o mera abstracción pueden saciar las necesidades y los anhelos de los seres humanos en esta vida de lucha contra el pecado, el pesar y el dolor. No es suficiente creer en la ley y en la fuerza, en cosas que no pueden tener piedad, y que nunca oyen un pedido de ayuda. Necesitamos saber que existe un brazo todopoderoso que nos puede sostener, de un Amigo infinito que se compadece de nosotros. Necesitamos estrechar una mano cálida y confiar en un corazón lleno de ternura. Y precisamente así se ha revelado Dios en su Palabra.
El que estudie más profundamente los misterios de la naturaleza, comprenderá más plenamente su propia ignorancia y su debilidad. Comprenderá que hay profundidades y alturas que no pueden alcanzar, secretos que no pueden penetrar, vastos campos de verdad que están delante de él sin explorar. Estará dispuesto a decir con Newton: "Me parece que yo mismo he sido como un niño que busca guijarros y conchas a la orilla del mar, mientras el gran océano de la verdad se hallaba inexplorado delante de mí".
Los más profundos estudiosos de la ciencia se ven constreñidos a reconocer en la naturaleza la obra de un poder infinito. Sin embargo, para la sola razón humana, la enseñanza de la naturaleza no puede ser sino contradictoria y llena de frustraciones. Sólo se la puede leer correctamente a la luz de la revelación. "Por la fe entendemos".*
"En el principio. . . Dios".* Únicamente aquí puede encontrar reposo la mente en su investigación anhelosa, cuando vuela como la paloma del arca. Arriba, debajo, más allá, habita el amor infinito, que hace que todas las cosas cumplan su "propósito de bondad".*
"Porque las cosas de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles. . . por medio de las cosas hechas".* Pero su testimonio sólo puede ser entendido con la ayuda del divino Maestro. "¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios".*
"Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad".* Sólo mediante la ayuda de ese Espíritu que en el principio "se movía sobre la faz de las aguas"; de aquel Verbo por quien "todas las cosas. . . fueron hechas"; de aquella "Luz verdadera que alumbra a todo hombre", puede interpretarse correctamente el testimonio de la ciencia. Sólo mediante su dirección pueden descubrirse sus verdades más profundas.
Sólo bajo la dirección del Omnisciente podremos llegar a pensar lo mismo que él cuando estudiemos sus obras.
Por
Elena G. de Withe, en La educación, Pgs. 129-135.
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