viernes, 2 de abril de 2010

LOS MISTERIOS DE LA BIBLIA

NINGUNA mente finita puede comprender plenamente el carácter o las obras del Ser infinito. No podemos descubrir a Dios por medio de la investigación. Para las mentes más fuertes y mejor cultivadas, lo mismo que para las más débiles e ignorantes, el Ser santo debe permanecer rodeado de misterio. Pero aunque "nubes y oscuridad alrededor de él; justicia y juicio son el cimiento de su trono" .* Podemos comprender lo suficiente de su trato con nosotros para descubrir una misericordia ilimitada unida a un poder infinito. Podemos comprender, de sus propósitos, lo que seamos capaces de asimilar; más allá de esto, debemos confiar en la mano omnipotente, en el corazón lleno de amor.


La Palabra de Dios, como el carácter de su Autor, presenta misterios que nunca podrán ser enteramente comprendidos por los seres finitos. Pero Dios ha dado en las Escrituras suficiente evidencia de su autoridad divina. Su propia existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, lo corrobora un testimonio que toca a nuestra razón, y ese testimonio es abundante. Es cierto, él no ha eliminado la posibilidad de dudar; la fe debe apoyarse en la evidencia, no en la demostración; los que desean dudar tienen oportunidad de hacerlo, pero los que desean conocer la verdad tienen suficiente terreno para ejercer la fe.



No tenemos motivos para dudar de la Palabra de Dios a causa de que no podamos comprender los misterios de su providencia. En el mundo natural, estamos constantemente rodeados de maravillas superiores a nuestra comprensión. ¿Nos ha de sorprender, entonces, encontrar también en el mundo espiritual misterios que no podemos sondear? La dificultad reside solamente en la estrechez y la debilidad de la mente humana.



Los misterios de la Biblia, lejos de ser un argumento contra ella, se encuentran entre las más fuertes pruebas de su inspiración divina. Si su descripción de Dios consistiera sólo en lo que nosotros pudiésemos comprender, si su grandeza y su majestad pudiesen ser abarcadas por mentes finitas, la Biblia no llevaría, como lleva, evidencias inconfundibles de la Divinidad. La grandeza de sus temas debe inspirar fe en ella como la Palabra de Dios.



La Biblia revela la verdad con tal sencillez y tal adaptación a las necesidades y los anhelos del corazón humano, que ha asombrado y encantado a los espíritus más cultivados, y al mismo tiempo ha explicado el camino de la vida al humilde e ignorante. "El que anduviera en este camino, por torpe que sea, no se extraviará".* Ningún niño tiene por qué equivocar el camino. Ningún buscador tembloroso necesita dejar de andar en la luz pura y santa. Sin embargo, las verdades más sencillamente expuestas comprenden temas elevados, de vasto alcance, infinitamente superiores al poder de la comprensión humana, misterios que son el escondedero de su gloria, misterios que vencen la mente en su investigación, mientras inspiran fe y reverencia al sincero indagador de la verdad. Cuanto más escudriñamos la Biblia, tanto más profunda es nuestra convicción de que es la Palabra del Dios viviente, y la razón humana se inclina ante la majestad de la revelación divina. Dios quiere que sean siempre reveladas las verdades de su Palabra al investigador ferviente. Aún que "las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios", "las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos".* La idea de que ciertas porciones de la Biblia no pueden ser entendidas, ha inducido a descuidar algunas de sus más importantes verdades. Es necesario recalcar con frecuencia el hecho de que los misterios de la Biblia no son tales porque Dios haya tratado de ocultar la verdad, sino porque nuestra debilidad e ignorancia nos hacen incapaces de comprender o posesionarnos de la verdad. El límite no está fijado por su propósito, sino por nuestra capacidad. Dios desea que comprendamos tanto como lo permite nuestra mente, precisamente aquellas porciones de las Escrituras que a menudo se pasan por alto por considerárselas imposibles de comprender. "Toda la Escritura es inspirada por Dios" para que el hombre de Dios sea "enteramente preparado para toda buena obra".*



Es imposible para cualquier mente humana abarcar completamente siquiera una verdad o promesa de la Biblia. Uno comprende la gloria desde un punto de vista, otro desde otro, y sin embargo sólo podemos percibir destellos. La plenitud del brillo está fuera del alcance de nuestra visión.



Al contemplar, las grandes cosas de la Palabra de Dios, observamos una fuente que se amplía y profundiza bajo nuestra mirada. Su amplitud y profundidad sobrepasan nuestro conocimiento. Al mirar, la visión se expande; contemplamos extendido delante de nosotros un mar sin límites.



Este estudio tiene poder vivificador. La mente y el corazón adquieren fuerza y vida nuevas.



Esta experiencia es la mayor evidencia de que la Biblia es de origen divino. Recibimos la Palabra de Dios como alimento para el alma, mediante la misma evidencia por la cual recibimos el pan como alimento para el cuerpo. El pan suple la necesidad de nuestra naturaleza. Sabemos por experiencia que produce sangre, huesos y cerebro. Apliquemos la misma prueba a la Biblia: Cuando sus principios han llegado a formar efectivamente parte del carácter, ¿cuál ha sido el resultado? ¿Qué cambios se han efectuado en la vida? "Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas".* Gracias a su poder, los hombres y mujeres han roto las cadenas de los hábitos pecaminosos. Han renunciado al egoísmo. Los profanos se han vuelto reverentes; los beodos, sobrios; los libertinos, puros. Las almas que exponían la semejanza de Satanás, han sido transformadas a la imagen de Dios. Este cambio es en sí el milagro de los milagros. Es un cambio obrado por la Palabra, uno de los más profundos misterios de la Palabra. No lo podemos comprender; sólo podemos creer, según lo declara la Escritura, que es "Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria".*



El conocimiento de este misterio es la clave de todos los demás. Abre al alma los tesoros del universo, las posibilidades de un desarrollo infinito.



Y este desarrollo se obtiene por medio de la constante revelación del carácter de Dios a nosotros, de la gloria y el misterio de la Palabra escrita. Si nos fuera posible lograr una plena comprensión de Dios y su Palabra, no habría para nosotros más descubrimientos de la verdad, mayor conocimiento, ni mayor desarrollo. Dios dejaría de ser supremo, y el hombre dejaría de progresar. Gracias a Dios, no es así. Puesto que Dios es infinito, y en él están todos los tesoros de la sabiduría, podremos escudriñar y aprender siempre, durante toda la eternidad, sin agotar jamás las riquezas de su sabiduría, su bondad o su poder.





Por

Elena G. de White, en La educación, Pgs. 170-173.

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